Benito Arias Montano ocupa un lugar destacado en la decoración pictórica del techo del despacho-biblioteca de José Lázaro Galdiano (sala 14 del Museo actual) que constituye un auténtico retrato intelectual del coleccionista. Además, recientemente se ha identificado su retrato en un lienzo de autor desconocido pero que «nos legó una de las imágenes más potentes y expresivas del ilustre bibliotecario de Felipe II«.
Arias Montano en la decoración pictórica de los techos del Museo Lázaro Galdiano
Uno de los aspectos que más llama la atención a los visitantes del Museo Lázaro Galdiano es la decoración pictórica de sus techos, a los que dedicamos un detallado estudio en el nº 277-278 de la revista Goya.
José Lázaro encargó su realización a Eugenio Lucas Villamil (1858-1918) a finales de 1905. Fue sin duda una decisión arriesgada porque el artista –buen imitador del estilo de su padre, Eugenio Lucas Velázquez (1817-1870), y notable autor de escenas de casacón– carecía de experiencia en este tipo de encargos y no estaba dotado, ni por técnica ni por formación, para semejante empeño de ilusionismo escenográfico.
El trabajo se llevó a cabo en tres años, de 1906 a 1908, a partir de bocetos supervisados por Lázaro y con la técnica denominada marouflage, es decir, mediante lienzos pintados al óleo y posteriormente fijados a los techos, donde recibían los últimos toques.

El magnate guiaba la tarea de su “pintor de cámara” proporcionándole modelos para sus composiciones, grabados y fotografías que reproducían obras de su especial predilección. Así, por ejemplo, dos de los techos más significativos del palacio –el del antiguo Gabinete de Música (actual sala 8) y el del Gabinete de la Comedia (sala 10)– siguen la pauta compositiva de La apoteosis del Renacimiento (1890), fresco del pintor húngaro Mihály Munkácsy (1844-1900) en la escalera del Kunsthistorisches Museum de Viena: “el techo moderno que más me gusta de cuantos he visto”, en palabras del propio Lázaro.

Pero sin duda el techo de mayor complejidad iconográfica es el correspondiente al despacho-biblioteca del coleccionista (sala 14), “sancta sanctorum” de la mansión de Parque Florido, que constituye un auténtico retrato intelectual del dueño de la casa. Fue Ángel Moleón García quien, hace ya veinte años, dio con la fuente que sirvió de falsilla a Lucas Villamil para su ejecución: una pintura mural realizada con cartón de Wilhelm von Kaulbach (1805-1874) que decoró la gran escalera del Neues Museum de Berlín desde 1860 hasta su destrucción en la Segunda Guerra Mundial. Dicha pintura rendía tributo a La Era de la Reforma reuniendo no menos de ochenta personajes en torno a Martín Lutero y causó auténtica sensación en su momento.


Siguiendo las directrices de Lázaro, que tenía en mente un discurso bien distinto, Lucas convocó una asamblea de celebridades presidida por el humanista Benito Arias Montano (1527-1592), el cual levanta sobre su cabeza el tomo II de su magna obra, la Biblia Regia, una de las joyas de la biblioteca de Lázaro. A su alrededor se agrupan dieciocho personajes en una exaltación de la contribución de España al desarrollo cultural e histórico de Europa, incluyendo sus precedentes bíblicos y grecorromanos, una pintoresca mezcolanza que también se observa en la obra de Kaulbach.
En primer plano, vemos a Moisés, Colón, Elcano, ¿Virgilio, Platón y Aristóteles? y dos personajes calcados del mural de Berlín que podrían pasar por Ercilla y Nebrija, aunque allí representaban a Francis Bacon y Sebastian Franck. Arriba, bajo el carro de la Aurora, de izquierda a derecha encontramos al cardenal Cisneros, León de Castro, Benito Jerónimo Feijoo, Juan de Mariana, Nicolás Antonio, Jerónimo de Zurita, Raimundo Lulio, ¿Orosio o Séneca?, fray Luis de León y Jovellanos. El personaje hispanorromano sedente, que tanto destaca entre sus vecinos, no aparece en la pintura de Kaulbach pero es evidente que Eugenio Lucas Villamil era incapaz de concebir una figura de semejante prestancia. En efecto, ahora podemos decir que –seguramente por indicación de Lázaro– reprodujo el Arquímedes de Nicolò Barabino (1832-1891), lienzo de 1887 conservado en el Palacio Orsini de Génova, muy difundido en grabados.

La figura de Benito Arias Montano alcanza en el techo del despacho de Lázaro un protagonismo muy superior al que ostentaba Martín Lutero en el mural del museo de Berlín. Lucas lo presenta con idéntica actitud y similar indumentaria, a la que añade la cruz de Santiago. Para el rostro quizá tuvo en cuenta la estampa correspondiente de la serie Retratos de los Españoles Ilustres (1791), dibujada por Agustín Esteve y grabada por Joaquín Ballester (nº inv. IB.1954, 12). No usó, desde luego, la imagen que incluyó Francisco Pacheco en su famoso Libro de Retratos, dibujada del natural en 1593, cuando Arias Montano contaba 66 años, pues Lázaro no se haría con el manuscrito hasta 1920. Ni tampoco un retrato de busto, muy relacionado con el atribuido a Pantoja de El Escorial, que figura en el catálogo de la Colección Lázaro de 1926-1927 (II, nº 491, p. 31) y del que don José debió desprenderse después.




Otro retrato de Arias Montano recientemente identificado
Pero en el Museo Lázaro creemos que existe aún otra efigie del célebre polígrafo, de calidad nada despreciable, que ha pasado desapercibida hasta ahora: un lienzo de autor desconocido –nº de inventario 1526, 39 x 30 cm– que en el citado catálogo aparece referenciado como “Anónimo.– Retrato de caballero. Escuela española. Siglo XVI” (II, nº 542, p. 80).

Las características facciones del erudito extremeño se reconocen inmediatamente –sin perdonar la verruga próxima a la nariz– al compararlas con el retrato de Arias Montano incluido en el volumen Virorum doctorum de disciplinis benemerentium efigies (1572), grabado por Philipp Galle a partir de un dibujo de Frans Pourbus el Viejo. En el prólogo de su libro, Galle dice: “copiado del elegante original del pintor Pourbus”, que muchos han tomado por su padre, Pieter, aunque seguramente se refiriera a Frans, establecido en Amberes desde 1564.

En la pintura del Museo Lázaro el sabio teólogo muestra una fisonomía más provecta, como la que podría mostrar hacia 1575-80. La indumentaria es distinta, viste ropilla negra con botones dorados y lechuguilla; ha ganado peso y canas, pero la mirada aún irradia energía y decisión. Erudito anticuario, gran aficionado al arte y notable coleccionista, Benito Arias Montano mantuvo siempre estrechas relaciones con los artistas de su tiempo. En España, con Pablo de Céspedes, Pedro Villegas Marmolejo y Francisco Pacheco, entre otros. No es fácil asignar este pequeño lienzo a un autor concreto, pero quien quiera que fuese parece que le conocía muy bien y nos legó una de las imágenes más potentes y expresivas del ilustre bibliotecario de Felipe II.
Texto de Carlos Saguar Quer, Secretario de la revista Goya.
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Denme de baja de estas comunicaciones
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Ya has sido dado de baja en los dos correos que tenías asociados. Muchas gracias por seguirnos durante este tiempo y disculpa las molestias
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