En la sala 5 del Museo Lázaro Galdiano se expone una vidriera con la representación San Miguel pesando las almas (inv. 3891), realizada por el artista milanés Antonio da Pandino que trabajó, entre otras obras, en la creación de las vidrieras quattrocentescas de la catedral de Milán. En esos momentos el duomo milanés comenzaba a recuperar los viejos vitrales de sus ventanales con restauraciones y nuevos encargos a los mejores maestros, con el fin de devolverles su perdido esplendor.

Los documentos sobre Antonio da Pandino son escasos, pero parece que fue hijo de Stefano y se le relaciona con la vida monacal, aunque se cree que nunca vivió en convento alguno. En 1475 ya estaba trabajando en las obras de la catedral de Milán para representar escenas del Nuevo Testamento; en torno al año 1477, también intervino en la Cartuja de Pavía.
Teología de la luz
A lo largo de la Edad Media y principalmente en los siglos XIII y XIV, se difundió por toda Europa una tendencia filosófica que enfatizaba la importancia de la luz en las iglesias y catedrales. Esta corriente –llamada Metafísica de la Luz o Teología de la Luz– estaba basada en la filosofía neoplatónica y agustiniana e identificaba a la luz con la belleza y la divinidad. Los filósofos y teólogos de la época, como por ejemplo Robert Grosseteste (1175-1253), de la Universidad de Oxford, afirmaban que la luz es la belleza y el adorno de toda creación posible. Por eso se relacionaba el concepto de luz con la idea del Bien y la Belleza y, por lo tanto, la oscuridad era sinónimo del Mal y el Horror. Dios es belleza y bondad, por lo que las catedrales debían ser edificios en consonancia con estas ideas. La catedral era considerada la Nueva Jerusalén, una Jerusalén Celeste, en donde la luz debía ser parte integrante de la nueva arquitectura de estilo gótico. Este revolucionario sistema constructivo traería consigo una serie de reformas estructurales que permitirían crear edificios más diáfanos y llenos de luz, la cual adquiriría una gran importancia tanto desde el punto de vista simbólico como estético.
La identificación de la luz con un tipo de belleza trascendente se remonta a otras religiones de la Antigüedad como el Zoroastrismo, creencia difundida por Asía Central de mano del filósofo Zoroastro, en la que la luz, simbolizada por una llama, era el símbolo de su deidad y la oscuridad se identificaba con el Mal. En la mentalidad cristiana quedó grabada la idea de belleza intrínseca del mundo como obra del Creador, siendo el propio Jesús de Nazaret quien afirmó: Yo soy la luz del mundo, aquel que me siga no andará en las tinieblas, pues tendrá la luz de la vida (Juan, 8:12).
La vidriera con San Miguel pesando las almas

En la vidriera adquirida por José Lázaro aparece un monumental San Miguel Arcángel venciendo al diablo y armado con una lanza que sería la cruz de Cristo. Observamos una clara perspectiva jerárquica, concepto medieval según el cual las figuras importantes debían tener un tamaño mayor; en cambio, el fondo arquitectónico es ya de inspiración clásica. San Miguel es presentado en el Antiguo Testamento como el jefe de los ejércitos celestiales y principal oponente de Satanás, estando encargado como psicopompo de conducir las almas en el momento de la muerte. Su nombre quiere decir ¿Quién cómo Dios? (mi-Quién?/ka-cómo/El-Dios), palabras que dirigió al ángel caído Lucifer –o portador de la luz– en el momento en que le venció.
Da Pandino representa al diablo como un ser de monstruosa anatomía, compuesta por partes de distintos animales, y piel manchada, algo que en el Medievo se relacionaba con la sífilis, enfermedad incurable entonces y símbolo del pecado y la perversión. Satanás tiene una cabeza secundaria en una de sus rodillas, recurso muy usado en este período para dar a entender al fiel que el diablo es un ser polifacético.
Por su parte, el arcángel San Miguel sostiene una balanza en cuyos platillos aparecen representadas, en forma de dos niños pequeños, las almas cristianas que están siendo pesadas. La leyenda del peso de las almas no es un relato propio del mundo cristiano, ya que en el Antiguo Egipto existía la creencia de que Anubis, el dios de los muertos, usaría una balanza para pesar el alma del difunto, usando como contrapeso una pluma de avestruz, llamada Pluma de la Verdad; dependiendo del resultado el alma se salvaría o se condenaría. Esta creencia fue apropiada por el Cristianismo, simbolizando así que San Miguel ayudaría en el Juicio Final para separar a los salvados de los condenados, cuyas almas irían al infierno. Pero no se debe olvidar que una de las enseñanzas más características del mundo medieval es que el diablo es un ser tramposo por naturaleza, y podemos observar como intenta engañar a San Miguel tirando disimuladamente de uno de los platos de su balanza.
Esta vidriera figuraba ya en la Colección Lázaro en 1926. Conservada durante largo tiempo en los almacenes del Museo, se incorporó a la exposición permanente en 2004, siendo uno de los pocos ejemplos de coleccionismo de vidrieras en España.
Texto: Jaime Sánchez Cuervo
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