La colección de abanicos del Museo Lázaro Galdiano (y III)


Terminamos nuestro recorrido por la colección de abanicos del Museo Lázaro Galdiano. En esta ocasión analizamos los abanicos situados cronológicamente entre finales del siglo XVIII y principios del siglo XX.

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Abanicos de finales del siglo XVIII en la Colección Lázaro

Hacia 1780 nos vamos a encontrar en los abanicos decoraciones que recogen la admiración hacia la Antigüedad, o mejor dicho, hacia un clasicismo arqueológico cuyas fuentes principales serán: las estampas de ruinas romanas de Piranesi; la célebre De Antichita di Ercolano (1752-1792), que contribuyó a la formación del gusto neoclásico en toda Europa; los cuatro volúmenes de las Antiquités etrusques, grecques et romaines de Pierre d`Hancarville (Nápoles, 1766-77) o las Recueil d’antiquités égyptiennes, étrusques, grecques, romaines et gaulois del conde Caylus, publicado en París entre 1752 y 1767. A ellas, debemos unir el repertorio decorativo extraído de las pinturas de Rafael en las loggie vaticanas a comienzos del siglo XVI y el descubrimiento en 1777, en el entorno de la Villa Negroni, de una casa de época Adriana que conservaba interesantes pinturas murales. Por último, también debemos destacar, por su repercusión, los diseños de Giovanni Battista Cipriani (1727-1785) y Michael Angelo Pergolesi en arquitectura y artes suntuarias; los de Jean Démosthène Dugourc (1749-1825) principalmente para mobiliario; y los ampliamente difundidos por Josiah Wedgwood (1730-1795), fundador de la manufactura de porcelana Etruria en 1769.

En la década de los ochenta, en Italia, aparecen los abanicos conocidos como de Grand Tour, entre otras razones porque se adquirían como souvenir de la estancia en aquella península. La decoración principal de los países consistía en vistas enmarcadas en cartelas separadas por grutescos, roleos o laureas, y rematados con greca a la etrusca o motivos pompeyanos (nº inv. 4359).

Reverso del abanico
Reverso del abanico «Ofrenda» (país: 1785 [ca], varillaje: 1900 [ca]), escuela italiana. Museo Lázaro Galdiano. Nº inv. 4359

Hacia 1800 las complejas escenas dieciochescas que ocupaban la totalidad del país, serán sustituidas por sencillas composiciones sobre fondos planos; es la llamada decoración en reserva. El vuelo de los países disminuye y, para compensar el tamaño, aumenta en altura, dando lugar a varillajes cortos que mantienen las fuentes rectas y estrechas del “tipo esqueleto”. Como soporte de la pintura se empleó la piel de pollo o gallina que, tras perfeccionar su preparación gracias a los métodos redesarrollados por Desrochers, se consiguió que fuera muy delgada, recibiendo el nombre de piel de Italia o de cisne. Lo normal es que vayan montados “a la inglesa” aunque los abanicos franceses llevan doble país, siendo el del reverso de papel. Estas características definen a los pequeños y ligeros abanicos del Imperio que rápidamente se adaptaron a los cambios dictados por la moda.

Las decoraciones se centraron en la historia antigua y en la mitología pero ahora, a diferencia del barroco y el rococó, los episodios escogidos serán trágicos e inspirados en las pinturas neoclásicas de Jean Germain Drouais (1765-1788), Jean Baptiste Regnault (1754-1829), Jacques Louis David (1748-1825) o Pierre Narcisse Baron de Guérin (1744-1833). Orlas de tipo neoclásico como laureas, roleos o pequeños ramilletes pintados en oro, servirán de ornato tanto para los anversos como para los reversos (nº inv. 4350 y 4351).

Abanico
Abanico «La educación del Amor» (ca. 1790). Museo Lázaro Galdiano. Nº inv. 4350

A diferencia de los abanicos franceses, la estampación, posteriormente iluminada, será lo habitual en los abanicos ingleses desde finales del siglo XVIII.

Desde el último tercio del siglo XVIII, se ponen de moda los abanicos procedentes de Cantón compuestos sólo de varillas que se unían por medio de una cinta en lugar de un país, son los denominados hi-ogi, conocidos en Europa como abanicos de baraja o brisé. Realizados en marfil, se caracterizaban por presentar un preciso trabajo de grillé que se interrumpía con pequeños motivos florales, reservando algunos espacios para que en el lugar de venta se añadieran cifras, heráldica o pequeñas pinturas (nº inv. 4355, 4353 y 4327). A finales del siglo se incorporarán a la decoración personajes y elementos arquitectónicos cuya presencia se irá imponiendo, hacia 1810, dando lugar a las famosas composiciones del jardín de las cien figuras (nº inv. 8151).

Abanico de baraja o brisè (1810[ca]-1820[ca]). Escuela oriental, Cantón. Museo Lázaro Galdiano. Nº inv. 8151
Abanico de baraja o brisè (1810[ca]-1820[ca]). Escuela oriental, Cantón. Museo Lázaro Galdiano. Nº inv. 8151

Abanicos del siglo XIX en la Colección Lázaro

A lo largo del siglo XIX el abanico se industrializa y con ello se abarataron los costes. El papel se impuso como material para el país; los varillajes serán de hueso, madera o nácar; y nuevos procedimientos de estampación, como la cromolitografía o la fotografía, se unirán a la pintura. Se puede decir que la edad de oro del abanico llegó a su fin y quizás por eso son escasas las piezas de este periodo en la colección, tan solo una docena, y todos ellos presentan alguna característica singular. Dos son conmemorativas, una de la declaración de Cádiz como puerto franco en 1829 (nº inv. 4365) y otra, de la boda entre Isabel II y Francisco de Asís en 1846 (nº inv. 4307); un abanico galante, romántico, que perteneció a la reina María Cristina de Borbón (nº inv. 322); el abanico de boda, de encaje y nácar, a la moda del último tercio del siglo, realizado con motivo del enlace entre Andrés Silva y Campbell, conde de Belchite, con María Teresa Cavero y Urzáiz, hija de los condes de Sobradiel (nº inv. 4360); así como cuatro pericones realizados a finales de siglo en algún taller parisino que fueron de uso personal de Paula Florido (nº inv. 964, 965, 966 y 967). Dejando al margen estos cuatro podemos decir que los abanicos del siglo XIX son de fabricación española, a diferencia de los del XVIII en los que se decantó por las producciones más lujosas de Francia, Inglaterra e Italia. En ellos están representados los dos estilos más característicos: el romántico, conocido como cristino, y el isabelino o historicista.

Pericón de uso personal de Doña Paula Florido (1890[ca]-1900[ca]). Escuela francesa. Museo Lázaro Galdiano. Nº inv. 967
Pericón de uso personal de Doña Paula Florido (1890[ca]-1900[ca]). Escuela francesa. Museo Lázaro Galdiano. Nº inv. 967

Los abanicos románticos aumentaron su tamaño y vuelo respecto a los del Imperio. Sus países están ocupados con escenas abigarradas de composición escenográfica con densas orlas doradas y policromadas de motivos vegetales. El Abanico galante de la Colección Lázaro sorprende por la calidad de la pintura sobre piel, en lugar de papel, y por el varillaje de nácar plaqueado con finas láminas de madreperla, detalles que confirman, junto a las cifras MC entrelazadas bajo corona real, pintadas en el reverso, que perteneció a la reina María Cristina de Borbón (nº inv. 322).

Abanico galante (ca. 1835). Escuela española. Museo Lázaro Galdiano. Nº inv. 322
Abanico galante (ca. 1835). Escuela española. Museo Lázaro Galdiano. Nº inv. 322

Durante el reinado de Isabel II los abanicos españoles siguen los dictados del abanico francés del Segundo Imperio. Son á grand vol, con un rico y complejo varillaje normalmente de hueso, de fuentes anchas y calados complejos, que suelen llevar en las palas camafeos, guardapelos o espejos, particularidades que vemos en el abanico conmemorativo de la boda de la reina cuyo estrecho país es una litografía coloreada con orlas pintadas con oro y plata (nº inv. 4307).

Abanico conmemorativo de la boda de Isabel II y Francisco de Asís (1846). Escuela española. Museo Lázaro Galdiano. Nº inv. 4307
Abanico conmemorativo de la boda de Isabel II y Francisco de Asís (1846). Escuela española. Museo Lázaro Galdiano. Nº inv. 4307

A partir del último cuarto del siglo XIX aparece una nueva tendencia influida por la estética japonesa que concibe el país y el varillaje como un espacio sugestivo para la creación, dando lugar a obras únicas. En esta línea debemos situar un magnífico abanico de baraja firmado por George Bastard (1881-1939), realizado en celuloide con aplicación de laminas de nácar, que debió ser adquirido por los coleccionistas entre 1911 y 1913 (nº inv. 4348).

Abanico de baraja (ca. 1913), George Bastard. Museo Lázaro Galdiano. Nº inv. 4348
Abanico de baraja (ca. 1913), George Bastard. Museo Lázaro Galdiano. Nº inv. 4348

Conservación de los abanicos de la Colección Lázaro

Al igual que el resto de las colecciones, José Lázaro y su esposa se preocuparon por la conservación de los abanicos. Muy probablemente, para los arreglos requirieron los servicios de Juan Carrero, considerado uno de los mejores restauradores en esta materia y en todo tipo de objetos de nácar, marfil y concha que había en Madrid en el primer tercio del siglo XX. Su establecimiento se encontraba en la calle de Isabel la Católica núm. 13, 1º. Izquierda, próximo a la plaza de Santo Domingo. Carrero, además de la compostura, también se dedicaba a la compraventa de abanicos antiguos, por lo que es probable que José Lázaro adquiriera allí algunos.

Entre 2005 y 2006 se llevaron a cabo los trabajos de conservación preventiva y restauración de la colección y, posteriormente, se procedió a la catalogación.

¿Te has quedado con ganas de ver más abanicos de la Colección Lázaro?

Pues en estos dos hilos de Twitter encontrarás muchos más abanicos:

 

Texto perteneciente al catálogo “Arte, lujo y sociabilidad. La colección de abanicos de Paula Florido”.

Texto de Carmen Espinosa Martín, Conservadora Jefe del Museo Lázaro Galdiano.

Blog creado y actualizado por Jose Mª Martín Écija | Webmaster, Blogger y Community Manager | Museo Lázaro Galdiano

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