La colección de abanicos del Museo Lázaro Galdiano (I)


La colección de abanicos que guarda el Museo Lázaro Galdiano se formó durante el primer cuarto del siglo XX. Está compuesta por ochenta y ocho abanicos plegables con una cronología que abarca desde los comienzos del siglo XVIII hasta 1915. De ellos, setenta se pintaron a lo largo del siglo XVIII, la edad de oro del abanico; un pequeño grupo, compuesto por cinco obras, son piezas orientales; una docena representan al siglo XIX; y, para finalizar, un abanico de baraja modernista realizado en la segunda década del siglo XX.

Ya está disponible la entrada La colección de abanicos del Museo Lázaro Galdiano (II)

El conjunto reunido indica las preferencias de José Lázaro y su esposa Paula Florido hacia los abanicos dieciochescos, principalmente por los de estilo Luis XV y Luis XVI. Estos abanicos fueron objeto de una búsqueda incansable, de meses e incluso años, por parte de Lázaro para encontrar piezas con la que agasajar a su esposa desde que la conoció, hacia 1901, y hasta su muerte en 1932. Durante estos años, los abanicos fueron testigos mudos de su relación personal, “de intimidades que al correr de los años evocarán a sus dueños amorosos afanes o fechas memorable” sirviéndonos de las palabras de Ezquerra del Bayo, pues José Lázaro se los regalaba a su esposa en dos días muy especiales: el 15 de enero, día de su cumpleaños, y el 29 de junio, en que celebraba su onomástica.

Detalle del abanico "Encuentro galante" (1760 [ca] - 1770 [ca]), Escuela francesa. País de gouache sobre piel.
Figura 1. Detalle del abanico «Encuentro galante» (1760 [ca] – 1770 [ca]), Escuela francesa. País de gouache sobre piel.

Los abanicos que hoy forman parte de la Colección Lázaro son un excelente repertorio en el que podemos apreciar la evolución de este complemento femenino durante el siglo XVIII. Cuenta con obras tempranas, del primer tercio, donde las referencias al barroco clasicista son evidentes; con ejemplares en los que vemos cómo se fragua el gusto rococó que dio lugar al abanico galante, fiel reflejo de la vida refinada y placentera de los nobles y burgueses europeos del segundo tercio de la centuria; y, piezas de estructura sencilla, pero de calidad, que nos adentran en el estilo neoclásico y la moda Imperio.

Abanicos del primer tercio del siglo XVIII en la Colección Lázaro

Durante el primer tercio del siglo XVIII los abanicos de lujo presentan una pintura de calidad centrada en la mitología, la historia y la fiesta galante. En cuanto al primer tema, desde el Renacimiento la mitología ocupó un destacado lugar en las representaciones pictóricas recibiendo un gran impulso cuando Philippe de Orléans, regente de Francia durante la minoría de edad de Luis XV, encargó a Antoine Coypel (1661-1722) la decoración del Palais Royal en 1701. El asunto escogido fue la historia del héroe troyano Eneas y, unos años más tarde, también para el regente, el mismo pintor llevo a cabo el Amor desarmando a los Dioses. Con estas dos obras entraron en escena las divinidades menores y los héroes de los poemas homéricos de la Iliada y la Odisea, unidos a la Eneida de Virgilio y la inagotable fuente de Las Metamorfosis de Ovidio. Todos ellos serán protagonistas de buena parte de la pintura de abanicos en las primeras décadas del siglo XVIII y que podemos ver representados en la colección (nº inv. 4363, 4364, 4318, 4345 y 4320).

Detalle del abanico "Alejandro y Diógenes" (primera mitad del siglo XVIII), escuela romana. País montado a la inglesa, de piel pintado con goauche (Vuelo 166º)
Figura 2. Detalle del abanico «Alejandro y Diógenes» (primera mitad del siglo XVIII), escuela romana. País montado a la inglesa, de piel pintado con goauche (Vuelo 166º)

Junto a la mitología serán habituales los temas históricos como las gestas de Alejandro Magno cuya figura encarnó los ideales de valor, poder y nobleza, adquiriendo una enorme popularidad tras la serie encargada por Luis XIV a Charles Le Brun (1619-1690), posteriormente grabada por Audran (figura 2). Por otro lado, de la historia religiosa se escogieron relatos del Antiguo Testamento, aquellos donde la mujer desempeña un papel fundamental como Sansón y Dalila, Salomé, David y Abigail, Betsabé, Esther y la reina de Saba.

Una tendencia opuesta es la representada por Jean Antoine Watteau (1684-1721) el creador de las fêtes galantes. Gran amante del teatro, Watteau partió de la Commedia dell`arte para crear una pintura donde la música y el amor son los protagonistas. Los pintores de abanicos recogen la novedad que aportan sus obras y la de sus seguidores Nicolas Lancret (1690-1743), Jean Baptiste Pater (1695-1736) o Jacques Lajoue, así como las estampas de Claude Gillot (1673-1722) y Charles Nicolas Cochin (1715-1790) (figura 3).

Figura . Abanico "Fiesta galante" (1726-1750), escuela italiana. Nº de inventario 317. Museo Lázaro Galdiano
Figura 3. Abanico «Fiesta galante» (1726-1750), escuela italiana. Nº de inventario 317. Museo Lázaro Galdiano

La pintura de abanicos en estos años se encuentra en directa relación con el gran arte donde destacó la escuela romana. Se caracteriza por una técnica precisa, la puntillista tomada de la pintura de miniatura, creada por Giulio Clovio (1498-1578), consistente en aprovechar el tono del soporte, la piel, como color y por medio de sutiles puntos “unidos dulcemente, como pintura” ir modelando las figuras (figura 2). El resto de Italia, concretamente Venecia, Génova, Milán y, a finales del siglo Nápoles, así como en Francia, Inglaterra, España o Centroeuropa se aplicó la pintura con un trazo más rápido y suelto, donde la capa de color, delgada y de poco cuerpo, cubre por entero el soporte.

En cuanto a los materiales, para el país es escogió la vitela pues, una vez adobada y pulida la piel de vaca o ternera, permite, a diferencia del pergamino, el plegado; la excepción fue el norte de Italia donde se decantaron por el papel. Si el país es sencillo, se dice que van montados “a la inglesa” es decir, con las espigas vistas; si es doble, lo normal es utilizar la piel en el anverso y para el reverso, ocultando las espigas, el papel. En estas primeras décadas del siglo XVIII el país se concibe como una pintura y, por ello, las orlas serán mínimas, a veces un simple ribete dorado que guarnece y refuerza la vitela o pequeños motivos florales pintados en oro y plata.

Abanico con varillaje de carey y trabajo de piqué
Figura 4. Abanico con varillaje de carey y trabajo de piqué

Los varillajes más elegantes fueron los de marfil o carey con trabajo de piqué, técnica italiana adoptada por franceses e ingleses, que consiste en la incrustación de pequeños fragmentos de oro y plata (figura 4). Según avanzaba el siglo, en los varillajes de marfil, pues el carey por su dureza no lo permite, comenzaron a realizarse tallados y calados cada vez más complejos, grabados y, en ocasiones, algunos espacios se reservaron para pequeñas composiciones pictóricas (figura 5).

Varillaje de marfil tallado, calado, con trabajo de grillé y puntillé, grabado y pintado.
Figura 5. Varillaje de marfil tallado, calado, con trabajo de grillé y puntillé, grabado y pintado.

El vuelo para los abanicos más lujosos es de 180º, á grand vol, con 20 ó 24 varillas más las dos palas. Por su parte, los realizados en el norte de Italia, presentan un vuelo más corto, en torno a los 140º, con un varillaje de 15 y 19 varillas a las que se han de sumar sus respectivas palas, manteniendo el aspecto de los abanicos barrocos de vuelo pequeño, entre 90º y 120º, conocidos con el nombre de “pie de pato”. (nº inv. 4340).

Nuestro repaso por la colección de abanicos del Museo Lázaro Galdiano continuará en una próxima entrada ¡suscríbete al blog!

Texto perteneciente al catálogo «Arte, lujo y sociabilidad. La colección de abanicos de Paula Florido».

Texto de Carmen Espinosa Martín, Conservadora Jefe del Museo Lázaro Galdiano.

Blog creado y actualizado por Jose Mª Martín Écija | Webmaster, Blogger y Community Manager | Museo Lázaro Galdiano

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