Pinturas de Goya en el Museo Lázaro Galdiano (6): Retrato del Padre José de la Canal


Sexta entrega de Las mejores pinturas de Goya en el Museo Lázaro Galdiano. En esta ocasión Carlos Saguar, secretario de la revista de arte Goya, nos habla del retrato del Padre José de la Canal.

GOYA: Retrato del padre José de la Canal (detalle). Museo Lázaro Galdiano
GOYA: Retrato del padre José de la Canal (detalle). Museo Lázaro Galdiano

“No deslumbra, no se para en lo superficial, en lo efímero, en la apariencia sensible, en la línea correcta, pero insípida, al estilo griego, sino que penetra en el interior, escruta más hondo, encuentra el carácter eterno y lo hace surgir como algo luminosamente inexplicable, con esa claridad que caracteriza al genio”. Estas palabras, incluidas en el prólogo del catálogo de la exposición Colección Lázaro. Exposición de diversas obras de Don Francisco Goya, sus precursores y sus contemporáneos, celebrada en la casa de Blanco y Negro y ABC en abril de 1928, no solo son el mejor testimonio de la predilección de José Lázaro por el arte de Goya sino que podrían ponerse al pie de la pintura a la que dedicamos estas notas.

A finales del siglo XIX, antes de su boda con la adinerada dama argentina Paula Florido, la Colección Lázaro figuraba ya entre las más notables de Madrid. Para poder calibrar su contenido, contamos con un testimonio de inapreciable valor fechado en 1899: un artículo de Rubén Darío con el título bien significativo de “Una Casa Museo”. El poeta nicaragüense, a quien Lázaro había conocido en 1892, define al director de La España Moderna como “joven, soltero, muy rico”, viajero incesante, amigo de sabios, escritores y artistas. Su casa de la Cuesta de Santo Domingo –situada en el actual nº 14– ya presentaba entonces un empaque museal y era “indiscutiblemente, (…) la mejor puesta a este respecto, de todo Madrid, con ser famosa y admirable la del conde de Valencia de don Juan”.

Rubén quedó deslumbrado por la variedad y riqueza de la colección, un abigarrado muestrario de “preciosidades antiguas, de armas, libros, joyas, encajes, cuadros, bronces, autógrafos”. En su apresurada reseña, Rubén Darío no menciona el nombre de Goya, que hacía tiempo que Lázaro tenía en su punto de mira –en 1889 había regalado a Galdós un dibujo del aragonés para “animarle” a colaborar en su revista–, pero entre los “autógrafos de un valor inestimable” citados de pasada por el poeta figuraban ya cuatro cartas de Goya a Martín Zapater, dos de ellas ilustradas con dibujos, y muy probablemente uno de aquellos retratos que llamaron su atención por “un abolengo artístico que desde luego se impone” era el del Padre José de la Canal.

GOYA: Retrato del padre José de la Canal. Museo Lázaro Galdiano
GOYA: Retrato del padre José de la Canal, c. 1826. Museo Lázaro Galdiano

Con este reducido conjunto de obra goyesca participó José Lázaro en la exposición organizada en 1900 por el Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes para celebrar la llegada a España de los restos del pintor. El lienzo se presentó allí con el título poco comprometido de Retrato de anciano: “Parece un párroco ó anciano eclesiástico, cuya abundante nariz y sano color es muy propio del que llega a avanzada edad tras existencia piadosa y arreglada”, comentó donosamente Sentenach en unas “Notas sobre la exposición de Goya” publicadas por aquellas fechas en La España Moderna. Y sería el propio Lázaro, dos años después, quien identificara al modelo al incluirlo, ya con su nombre, en una serie de tarjetas postales que reproducían cien obras artísticas de su colección, seguramente tras conocer el retrato de fray José de la Canal conservado en la Real Academia de la Historia, obra de discreto valor artístico probablemente realizada a partir del ejemplar de Lázaro, en 1827, por la pintora Rosa Ruiz de la Prada.

ROSA RUIZ DE LA PRADA: José de la Canal. Real Academia de la Historia
ROSA RUIZ DE LA PRADA: José de la Canal, 1827. Real Academia de la Historia

En efecto, el retratado no era otro que don José de la Canal (Ucieda, Santander, 1768 – Madrid, 1845), eminente historiador agustino de tendencias liberales, redactor de los periódicos madrileños El Ciudadano Constitucional y El Universal en los difíciles años de 1813-1814 y a causa de ello temporalmente represaliado, prior del convento de San Felipe el Real, miembro de la Société des Antiquaires de Normandía que fundara Arcisse de Caumont en 1823, y al final de sus días director de la Real Academia de la Historia. El 18 de abril de 1845 sus restos mortales fueron conducidos al cementerio de la Patriarcal en un humilde carro, acompañado de cinco coches ocupados por miembros de la Academia de la Historia y la Academia de la Lengua. Rosa Ruiz de la Prada, que había acogido en su casa a fray José durante su exclaustración, escribió en unas sentidas cartas: “Yo sabía su gran mérito, sus virtudes y sabiduría, pero después que ha faltado, lo he conocido aún más… Acostumbrada a su trato y compañía… Sola, sola y sola. Así me hallo en el día…”, “Yo no puedo consolarme de su pérdida, es irreparable”.

A pesar del deficiente estado de conservación del lienzo, creemos que esa cabeza, magistralmente modelada con suaves modulaciones de color, denota a las claras la mano del último Goya, que consiguió atrapar el alma del personaje en algo tan intangible como la vibración de una sonrisa: apacible, inteligente, un tanto retraída pero en la que no deja de percibirse cierta retranca. “Contemplado en fotografía –comenta Glendinning– resulta poco convincente, pero a la luz del día tiene un carácter muy distinto. La cara del retratado entonces cobra vida y sus rasgos adquieren una expresividad y animación insospechadas”. Por su parte, Pardo Canalís destaca acertadamente “la expresión jocunda de los labios, muy afín a esas bocas rasgadas en media luna, característica de algunos tipos goyescos en los que la sonrisa parece perderse en una incipiente carcajada sobre la pobretería humana”. De acuerdo con este último y con Mercedes Águeda, el retrato debió pintarse hacia 1824, o quizá mejor en 1826, antes de su definitivo regreso a Burdeos, cuando el historiador, próximo a la sesentena, acometía en solitario la redacción de los volúmenes XLV y XLVI de la monumental España Sagrada.

Ninguna gala cromática distrae la atención de este rostro que emerge luminoso, lleno de humanidad, de un abultado ropón negro. El intenso craquelado, muy patente en la vestimenta y en el fondo, tan sensiblemente matizado, se debe a haber aprovechado un lienzo en el que se superponen varias composiciones, como demuestra la radiografía, y probablemente también al empleo de un componente que acelerase el secado de la pintura, lo que abona la idea de que el retrato fuera realizado por Goya durante su breve visita a Madrid en 1826. La “firma” apócrifa del ángulo inferior derecho parece añadida con la mera intención de consignar la autoría de la obra pues en nada imita la grafía goyesca.

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Texto: Carlos Saguar QuerSecretario de la revista GOYA | Museo Lázaro Galdiano

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3 comentarios

  1. Y como siempre Goya contra el neoclasicismo : «“No deslumbra, no se para en lo superficial, en lo efímero, en la apariencia sensible, en la línea correcta, pero insípida, al estilo griego (…)».
    Estupenda definición de ese neclasicismo que tanto deslumbra en Madrid a los espíritus vacíos.

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