El pasado mes de febrero la estatuilla del Flautista heleno abandonó la sala de reserva para exponerse de forma permanente en la sala 4, también llamada del tesoro, del Museo Lázaro Galdiano. Representa a un muchacho tocando un aulós u oboe doble, cubierto con una clámide que cuelga desde el hombro izquierdo cubriéndole el tronco. El movimiento del cuerpo –la cabeza hacia atrás, los carrillos hinchados, la garganta en tensión– parece seguir el ritmo de la música que está interpretando.
El Flautista fue considerado por José Lázaro y otros historiadores y arqueólogos de renombre como Antonio Vives, Elías Tormo –quien publicó la pieza en 1926 (Resumen histórico del estudio de la escultura española. La escultura española en la Antigüedad, BRAH, t. 88, p. 405, lám. 6)–, Antonio García Bellido (Los hallazgos griegos en España, CEH, Madrid, 1936, núm. 26, lám. L, pp. 78-80) o Emilio Camps Cazorla (Inventario del Museo Lázaro Galdiano, 1948-1950, núm. 2074), como una destacada joya de oro griega de época helenística y uno de los más bellos productos de la orfebrería de la Antigüedad clásica. Sin embargo, para Elena Gómez-Moreno, quien lo recogió en su Breve historia de la escultura española (Madrid, 1935, lám. II), se trata de una obra ibérica.

Sobre el hallazgo de la pieza, solo sabemos que, al parecer, fue encontrada en Jaén, en una finca propiedad de José María de Palacio y Benito de Cárdenas, I conde de las Almenas (1813-1869). La estatuilla, de 75 mm de altura, presentaba entonces algunas deformaciones en los brazos y le faltaban los pies. Pasó a poder de su hijo, después a su nieto José María de Palacio y Abárzuza, I marqués del Llano de San Javier, y de él a José María de Fontagud y Gargollo quien la vendió a Alejandro Pidal y Mon (1846-1913), Ministro y Presidente del Congreso de los Diputados.
Alejandro Pidal se interesó por aclarar la autenticidad de la escultura y, tras consultar a varios especialistas, llegó a la conclusión de que tenía “la única estatua de oro griega que se conoce… una verdadera preciosidad” y que “no tenía precio la joyita”; su única duda radicaba en si debía o no quitar los pies que se le habían añadido y dejarla como fue encontrada.
En 1925, su hijo Manuel Pidal y Bernaldo de Quirós (c.1878-1940), I marqués de Valderrey, pidió la opinión del catedrático y académico Antonio Vives Escudero, afamado arabista, arqueólogo y coleccionista, en esos momentos director del Instituto Valencia de Don Juan, quien le comunicó que la estatuilla era “de una autenticidad indiscutible; por milagro divino tiene un detalle que evita toda discusión. El oro no solo no se altera con el tiempo sino que por el contrario se depura y tonifica, pero el milagro está en haber tenido junto a ella objetos de bronce, cuya oxidación se ha pegado a los lados del manto, y para [que] esa oxidación pase lo que hace falta es tiempo, muchos siglos para que se produzca. / No recuerdo haber visto objeto semejante. Es el objeto ideal de vitrina, la materia, el tamaño, el arte […] todo ello hace que sea una pieza única y de un valor incalculable. / Para todo hay que tener suerte en este mundo”. Con este aval, Manuel Pidal se la vendió a José Lázaro y, pasados los años, en la instalación museográfica realizada para la apertura del Museo Lázaro Galdiano en 1951, ocupo un lugar destacado en la sala de joyas junto a la magnífica Diadema de Ribadeo, brazaletes, pendientes y collares griegos o anillos fenicios y romanos.
Desde entonces, algunos historiadores se han interesado por el Flautista pero sus opiniones no han sido publicadas. En 2016, en colaboración con el Museo Arqueológico Nacional, se realizaron análisis por fluorescencia de rayos X que dieron como resultado una composición compleja.

La interpretación de los datos parece demostrar que la figura del Flautista, a excepción de los pies, es de un metal con base de latón dorada al mercurio y, realizada, con bastante probabilidad, en el siglo XIX.
Texto de Carmen Espinosa Martín, Conservadora Jefe del Museo Lázaro Galdiano.
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