Desde el lunes 7 de febrero la exposición permanente del Museo Lázaro Galdiano ha incorporado una excelente pintura sobre lienzo que representa a un bordador (fig. 1). El lienzo se exhibe ahora en la sala de textiles (24). Tanto la pintura como su marco, un destacado trabajo de la primera mitad de siglo XVII adaptado desde antiguo a este lienzo, fueron restaurados con motivo de la exposición La Moda Española en el Siglo de Oro (Museo de Sant Cruz, Toledo, 2015), lo que permitió recuperar apreciables cualidades ocultas por el paso del tiempo e intervenciones poco afortunadas.

La pintura nos muestra el retrato de un hombre joven –por ahora sin identificar– que posa con indumentaria elegante, a la moda española de principios del siglo XVII, y mira fijamente al espectador mientras sostiene en sus manos, alzada a la altura del pecho, una tela bordada. La composición, que sigue el modelo del retrato cortesano practicado por Sánchez Coello y Pantoja de la Cruz –aunque con un tratamiento y un estudio de la luz más naturalistas–, está ideada para destacar el rostro y el elemento clave que nos desvela la profesión del representado. La riqueza del traje y el hecho en sí de poder retratarse nos habla de un profesional de elevada posición, tal vez un empleado de la corte –cliente habitual de estos lujosos productos– que hubiera encargado su retrato para celebrar un nombramiento o ascenso profesional, quizás como bordador del rey. La posibilidad de que el autor de la pintura fuese Bartolomé González (1564-1627) –retratista de corte desde 1608 y pintor de Felipe III desde 1617– apoyaría esta hipótesis (adelantada por Camón Aznar en 1951). El gesto y el porte sereno de nuestro personaje transmiten dignidad y orgullo por una profesión que estaba entonces muy bien considerada. Así, Gaspar Gutiérrez de los Ríos, en el libro tercero de su tratado Noticia general para la estimación de las artes… (Madrid, 1600), dice: “… la pintura, escultura y las demás artes del dibujo, cuyo fin es imitar la naturaleza, como es la tapicería, platería y el bordado, si es de matiz, no son artes mecánicas”. También Cristóbal Suárez de Figueroa, en su obra Plaza Universal de todas ciencias y artes (Madrid, 1615, pp. 219-220) –autor a quien Cervantes citó como famoso traductor en la segunda parte del Quijote (cap. LXII)–, destacó las virtudes de esta profesión: “Es arte limpísima, y por muchos respetos digna de no pocas honras y alabanzas”.

A finales del siglo XVIII, Francisco de Goya retrató a Juan López Robredo, bordador de cámara desde 1788 (fig. 2). El retratado posa orgulloso con su uniforme de corte, cuyo derecho de uso obtuvo en 1798, y sostiene entre sus manos un dechado de bordado cuyo diseño coincide con el que llevaban en su uniforme los bordadores de cámara.

Desde el punto de vista técnico, nuestro retrato es una obra poco empastada y de pincelada precisa en la que el autor ha reflejado atentamente los elementos que componen y ornamentan su indumentaria: gola almidonada, botonadura forrada, jubón recamado y camisa de mangas acuchilladas con puños rematados con una fina tira de encaje. La pintura formó parte de la colección reunida por José Lázaro en París entre 1936 y 1940 y fue catalogada por Camón Aznar como obra de escuela madrileña de la primera mitad del siglo XVII, “muy cercana a la manera de Bartolomé González en su mejor momento”.

Texto: Carlos Sánchez Díez (Departamento de Conservación, Museo Lázaro Galdiano).

Blog creado y actualizado por Jose Mª Martín Écija (Internet, redes sociales y nuevos medios, Museo Lázaro Galdiano).

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